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Danilo Mueses, el autor del libro y de este Blog |
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Libro del Correo Yankee en Santo Domingo |
En
diciembre del año antepasado, en estos mismos salones, el distinguido
intelectual Miguel Mena, ofreció una conferencia sobre las tarjetas postales
usadas en nuestro país en los primeros 30 años del siglo pasado.
En su
charla, el disertante mostró en pantalla diversas imágenes de tarjetas de monumentos
coloniales, escenas campesinas, paisajes, etc. que daban una visión de lo que
era nuestro país en esa época. Una parte de esas tarjetas se muestran en una
publicación del Lic. Bernardo Vega puesta en circulación el pasado año.
Pues bien,
una de las postales mostradas por Mena había sido enviada por un soldado
norteamericano durante los años de la ocupación de 1916 y la misma estaba
franqueada con sellos de los Estados Unidos.
Al final de
la charla, en la sección de preguntas, un distinguido miembro de esta Academia
cuestionó la legitimidad de esa tarjeta indicado que en nuestro correo no se usaban los sellos
norteamericanos.
Eso me
movió a levantarme y aclarar que durante el período de la ocupación
norteamericana comprendido entre 1916 y 1924, el correo de Estados Unidos
instaló en el país cinco estafetas a través de las cuales el personal militar
acantonado en el país, enviaba sus cartas hacia el exterior y recibía su
correspondencia. Durante los ocho años que las tropas extrajeras estuvieron en
nuestro país, miles de cartas circularon a través de esas estafetas y en todas
se usaron los sellos norteamericanos.
El hecho de
que un miembro de esta Academia desconociera esa situación es señal de que la generalidad
de la población parece ignorar este aspecto tan importante de nuestra historia
y fue lo que nos movió a escribir esta obra.
Tal como ya
señalamos, las autoridades militares instalaron en el país cinco estafetas para
dar servicio a sus soldados, pero paralelamente, trajeron empleados del correo
norteamericano que hicieron de nuestro servicio postal una réplica de correo de
los Estados Unidos, en ese momento posiblemente uno de los más eficientes del
mundo. A pesar del atropello que en más de un sentido constituyó para el país
la presencia de tropas norteamericanas, muchas de las reformas implantadas
durante la ocupación aún se mantienen y debemos reconocer que el servicio
postal fue sensiblemente modernizado.
La ocupación
norteamericana coincidió con la Primera Guerra Mundial y se impuso la censura
de la correspondencia, tanto de aquella despachada por los marines como la
nacional. La censura de esa correspondencia es un aspecto interesante cubierto
por la obra.
Centenares
de barcos de guerra norteamericanos recalaron en nuestros puertos y sus
tripulaciones enviaban a su país cartas y tarjetas que igualmente franqueaban
con sellos de los Estados Unidos. A través de esas cartas, pero más
especialmente a través de esas tarjetas, enviadas a madres y novias, vemos
reflejadas la visión que tenían de nuestro país y sus problemas, esos jóvenes
para los cuales, hasta entonces, el horizonte conocido no se extendía más allá
de los suburbios de las ciudades donde habían nacido.
Pero
volviendo a la obra, debo señalar que el título no es apropiado. En realidad,
nunca hubo un correo yankee en Santo Domingo. El diccionario Webster dice que
yankee es un apodo que se aplica a un nativo o a un ciudadano de Nueva
Inglaterra, y por extensión a los habitantes de los estados del noreste del
país.
Está claro,
por tanto, que tuvimos un correo norteamericano, pero en el sentido nato de la
palabra, a ese servicio realmente no se le puede llamar un correo yankee. Cabe
señalar, sin embargo, que como estereotipo, muchos extranjeros usan el término
yankee para designar a aquellos norteamericanos ruidosos, verbalmente
agresivos, arrogantes sin tener razón e ignorantes que los visitan, el clásico
“americano feo” de la novela de Burderick y Lederer. Y fue en ese sentido que
lo usó Max Henríquez Ureña en su obra publicada en 1929, Los Yankees en Santo
Domingo y es también en ese sentido que lo estamos utilizando en el título de
esta obra.
En 1889, el
escritor norteamericano Mark Twain publicó su obra Un Yankee en la Corte del
Rey Arturo. En ella vemos como Hank Morgan, un yankee de finales del siglo XIX,
se ve transportado en el tiempo al siglo VI y a la corte del rey Arturo. Allí
se hace designar como “The Boss” (el jefe) y trata de modernizar y americanizar
a los súbditos del monarca. Y fue así, de manera arrogante, como llegaron a
nuestra tierra los Knapp, los Pendleton los Snowden y otros tantos gobernadores
impuestos por el gobierno norteamericano, que en forma prepotente se erigieron
en los nuevos “bosses” tratando de rehacer, en forma un tanto autoritaria la
sociedad dominicana, diseñando e implantando programas y sistemas cuya intención era cambiar la vida
política, económica y social del país.
Según
dijimos, a través de las estafetas instaladas por los norteamericanos en el
país se manejaron miles de cartas de sus soldados. El amigo Isacc Rudman y
quien les habla, durante muchos años nos dedicamos a tratar de ubicar esas
cartas y logramos incorporar a nuestras colecciones casi medio millar de
cubiertas que el Lic. Juan Manuel Prida y yo utilizamos como material de
estudio para la redacción de esta obra.
Desafortunadamente,
al salir del país las fuerzas de ocupación cargaron con todos sus archivos y
fue relativamente poco lo que logramos localizar sobre el tema en el Archivo
General de la Nación. Fue en esas circunstancias que nos vimos en la necesidad
de viajar a Washington y allí el amigo Prida se sumergió durante varias semanas
en los Archivos Nacionales de ese país tratando de exprimir y sacarle el jugo a
todo lo que allí había sobre el tema. La información allí recabada nos permitió
dar una mirada desde adentro al correo yankee en nuestro país. Debemos aclarar
que fueron dos servicios que funcionaron en paralelo pues paralelamente a la creación
de las estafetas para los soldados, se organizó nuestro servicio postal. Ambos
servicios operaban totalmente separados. Y ese es otro de los temas de la obra
que hoy ponemos en circulación.
Vamos ahora
al tema de los agradecimientos. En primer lugar al amigo Isaac Rudman quien,
además de poner a nuestra disposición su magnífica colección de cubiertas del
correo yankee, cubrió la mayor parte de los costos de traducción al inglés,
diagramación e impresión de esta obra. El colega Richard Zaremba de Canadá hizo
también un aporte a los costos de esta obra.
En la
siguiente fase, llegue nuestro agradecimiento a Jaime y Doris Álvarez que
soportaron a Juan Manuel durante su estancia en Washington, al personal del
Archivo General de la Nación y al del Archivo Nacional en Washington por darnos
acceso a los fondos disponibles en ambas instituciones.
Nuestras
gracias más sentidas al Dr. Frank Moya Pons quien condescendió a leer la obra y
nos escribió el hermosísimo prólogo. Después de sus elogios, nos va a ser
difícil no envanecernos y creernos que somos historiadores.
Ya en la
siguiente etapa, mi hijo Eduardo Mueses mediante photo shop le dio forma a los
matasellos mostrados y Guillermo Mueses, otro de mis hijos, diseñó la hermosa
portada.
Y ya en la
fase final, el Arq. Giuseppe DiVanna tuvo a su cargo la excelente traducción de
la obra al inglés y la esmerada diagramación.
Y unas
gracias finales para la Academia Dominicana de la Historia por acogernos abriéndonos
sus puertas, al Lic. Bernardo Vega, Presidente de la Academia y demás
académicos presentes, a los miembros de la Sociedad Filatélica Dominicana, al
INPOSDOM en la persona de su Director el Dr. Modesto Guzmán y a todos los familiares y amigos que con su
presencia nos están demostrando su cariño y aprecio.