jueves, 4 de junio de 2015

El Correo Yankee en Santo Domingo

Danilo Mueses, el autor del libro y de este Blog

Libro del Correo Yankee en Santo Domingo

En diciembre del año antepasado, en estos mismos salones, el distinguido intelectual Miguel Mena, ofreció una conferencia sobre las tarjetas postales usadas en nuestro país en los primeros 30 años del siglo pasado.
En su charla, el disertante mostró en pantalla diversas imágenes de tarjetas de monumentos coloniales, escenas campesinas, paisajes, etc. que daban una visión de lo que era nuestro país en esa época. Una parte de esas tarjetas se muestran en una publicación del Lic. Bernardo Vega puesta en circulación el pasado año.
Pues bien, una de las postales mostradas por Mena había sido enviada por un soldado norteamericano durante los años de la ocupación de 1916 y la misma estaba franqueada con sellos de los Estados Unidos.
Al final de la charla, en la sección de preguntas, un distinguido miembro de esta Academia cuestionó la legitimidad de esa tarjeta indicado que en nuestro  correo no se usaban los sellos norteamericanos.
Eso me movió a levantarme y aclarar que durante el período de la ocupación norteamericana comprendido entre 1916 y 1924, el correo de Estados Unidos instaló en el país cinco estafetas a través de las cuales el personal militar acantonado en el país, enviaba sus cartas hacia el exterior y recibía su correspondencia. Durante los ocho años que las tropas extrajeras estuvieron en nuestro país, miles de cartas circularon a través de esas estafetas y en todas se usaron los sellos norteamericanos. 
El hecho de que un miembro de esta Academia desconociera esa situación es señal de que la generalidad de la población parece ignorar este aspecto tan importante de nuestra historia y fue lo que nos movió a escribir esta obra.
Tal como ya señalamos, las autoridades militares instalaron en el país cinco estafetas para dar servicio a sus soldados, pero paralelamente, trajeron empleados del correo norteamericano que hicieron de nuestro servicio postal una réplica de correo de los Estados Unidos, en ese momento posiblemente uno de los más eficientes del mundo. A pesar del atropello que en más de un sentido constituyó para el país la presencia de tropas norteamericanas, muchas de las reformas implantadas durante la ocupación aún se mantienen y debemos reconocer que el servicio postal fue sensiblemente modernizado.
La ocupación norteamericana coincidió con la Primera Guerra Mundial y se impuso la censura de la correspondencia, tanto de aquella despachada por los marines como la nacional. La censura de esa correspondencia es un aspecto interesante cubierto por la obra.
Centenares de barcos de guerra norteamericanos recalaron en nuestros puertos y sus tripulaciones enviaban a su país cartas y tarjetas que igualmente franqueaban con sellos de los Estados Unidos. A través de esas cartas, pero más especialmente a través de esas tarjetas, enviadas a madres y novias, vemos reflejadas la visión que tenían de nuestro país y sus problemas, esos jóvenes para los cuales, hasta entonces, el horizonte conocido no se extendía más allá de los suburbios de las ciudades donde habían nacido.  
Pero volviendo a la obra, debo señalar que el título no es apropiado. En realidad, nunca hubo un correo yankee en Santo Domingo. El diccionario Webster dice que yankee es un apodo que se aplica a un nativo o a un ciudadano de Nueva Inglaterra, y por extensión a los habitantes de los estados del noreste del país.
Está claro, por tanto, que tuvimos un correo norteamericano, pero en el sentido nato de la palabra, a ese servicio realmente no se le puede llamar un correo yankee. Cabe señalar, sin embargo, que como estereotipo, muchos extranjeros usan el término yankee para designar a aquellos norteamericanos ruidosos, verbalmente agresivos, arrogantes sin tener razón e ignorantes que los visitan, el clásico “americano feo” de la novela de Burderick y Lederer. Y fue en ese sentido que lo usó Max Henríquez Ureña en su obra publicada en 1929, Los Yankees en Santo Domingo y es también en ese sentido que lo estamos utilizando en el título de esta obra.
En 1889, el escritor norteamericano Mark Twain publicó su obra Un Yankee en la Corte del Rey Arturo. En ella vemos como Hank Morgan, un yankee de finales del siglo XIX, se ve transportado en el tiempo al siglo VI y a la corte del rey Arturo. Allí se hace designar como “The Boss” (el jefe) y trata de modernizar y americanizar a los súbditos del monarca. Y fue así, de manera arrogante, como llegaron a nuestra tierra los Knapp, los Pendleton los Snowden y otros tantos gobernadores impuestos por el gobierno norteamericano, que en forma prepotente se erigieron en los nuevos “bosses” tratando de rehacer, en forma un tanto autoritaria la sociedad dominicana, diseñando e implantando programas  y sistemas cuya intención era cambiar la vida política, económica y social del país.
Según dijimos, a través de las estafetas instaladas por los norteamericanos en el país se manejaron miles de cartas de sus soldados. El amigo Isacc Rudman y quien les habla, durante muchos años nos dedicamos a tratar de ubicar esas cartas y logramos incorporar a nuestras colecciones casi medio millar de cubiertas que el Lic. Juan Manuel Prida y yo utilizamos como material de estudio para la redacción de esta obra.
Desafortunadamente, al salir del país las fuerzas de ocupación cargaron con todos sus archivos y fue relativamente poco lo que logramos localizar sobre el tema en el Archivo General de la Nación. Fue en esas circunstancias que nos vimos en la necesidad de viajar a Washington y allí el amigo Prida se sumergió durante varias semanas en los Archivos Nacionales de ese país tratando de exprimir y sacarle el jugo a todo lo que allí había sobre el tema. La información allí recabada nos permitió dar una mirada desde adentro al correo yankee en nuestro país. Debemos aclarar que fueron dos servicios que funcionaron en paralelo pues paralelamente a la creación de las estafetas para los soldados, se organizó nuestro servicio postal. Ambos servicios operaban totalmente separados. Y ese es otro de los temas de la obra que hoy ponemos en circulación.
Vamos ahora al tema de los agradecimientos. En primer lugar al amigo Isaac Rudman quien, además de poner a nuestra disposición su magnífica colección de cubiertas del correo yankee, cubrió la mayor parte de los costos de traducción al inglés, diagramación e impresión de esta obra. El colega Richard Zaremba de Canadá hizo también un aporte a los costos de esta obra.
En la siguiente fase, llegue nuestro agradecimiento a Jaime y Doris Álvarez que soportaron a Juan Manuel durante su estancia en Washington, al personal del Archivo General de la Nación y al del Archivo Nacional en Washington por darnos acceso a los fondos disponibles en ambas instituciones.
Nuestras gracias más sentidas al Dr. Frank Moya Pons quien condescendió a leer la obra y nos escribió el hermosísimo prólogo. Después de sus elogios, nos va a ser difícil no envanecernos y creernos que somos historiadores.
Ya en la siguiente etapa, mi hijo Eduardo Mueses mediante photo shop le dio forma a los matasellos mostrados y Guillermo Mueses, otro de mis hijos, diseñó la hermosa portada.
Y ya en la fase final, el Arq. Giuseppe DiVanna tuvo a su cargo la excelente traducción de la obra al inglés y la esmerada diagramación.

Y unas gracias finales para la Academia Dominicana de la Historia por acogernos abriéndonos sus puertas, al Lic. Bernardo Vega, Presidente de la Academia y demás académicos presentes, a los miembros de la Sociedad Filatélica Dominicana, al INPOSDOM en la persona de su Director el Dr. Modesto Guzmán  y a todos los familiares y amigos que con su presencia nos están demostrando su cariño y aprecio.   

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